domingo, 13 de mayo de 2012

Los arácnidos (Félix J.Palma)

Félix J.Palma es un abusón. El jovenzuelo insolente y talentoso al que pronto el estrecho mundillo de la ci-fi española se le quedó corto, y que luego, siguiendo los pasos de su admirado Cortázar, se convirtió en primera figura del cuento en español llevándose de calle todos los premios habidos y por haber, es hoy además un novelista de éxito popular que ha hecho realidad el sueño de tantos: escribir lo que le viene en gana (a día de hoy, inverosímiles novelones de taitantas páginas como "El mapa del tiempo" y "El mapa del cielo") y vender de ello una considerable cantidad de ejemplares, que le grangean contratos con editoriales grandes y lo arriman peligrosamente a esa escurridiza etiqueta del best-seller. Para ello, Palma se apoya en sus condiciones de siempre, ya puestas de manifiesto en sus antiguos relatos de "El vigilante de la salamandra" o en la primeriza pero excepcional novela "El amante de vidrio": una insultante facilidad para la prosa gustosa, juguetona y rica en hallazgos expresivos; una auténtica pirotecnia verbal que se despliega ante los ojos del lector para deslumbrarle con la narración de lo que, frecuentemente, son auténticas naderías, bagatelas sin mayor recorrido.

Palma, en sus años mozos
Hubo un tiempo en que quise escribir como Palma. Es más, Palma (junto con Juan Bonilla, otro gaditano de la misma quinta y similares armas literarias) era mi modelo de escritor, cuando uno empezaba a darle a esto de la palabra con ingenuidad y escaso pudor. Contribuía a ello, seguramente, una cuestión generacional: en aquel entonces Palma y Bonilla eran escritores de treinta y pocos años- por tanto muy cercanos a la edad y experiencias de uno mismo- que sembraban sus historias, siempre exquisitamente redactadas (y el afán formalista es una tentación ineludible para todo escritor en sus comienzos) de jovenzuelos atolondrados, dotados de un sentimentalismo agridulce (más agrio en Bonilla, más dulzón en Palma), una propensión precoz a coleccionar derrotas de juguete, y una tendencia fatal a confundir literatura y
Bonilla, ídem de ídem
realidad de la que hacen gala y con la que tratan de abrirse paso en un mundo frecuentemente incomprensible (al que Palma añade, a menudo, elementos fantásticos que complican aún más la mezcla, pero que a veces se erigen en inesperadas y bienvenidas soluciones al eterno problema de estos outsiders de papel: la inadaptación). Imposible no identificarse con ellos, ni adorar y tratar de emular a sus autores, que uno tenía encumbrados en un panteón algo pop (pero no mucho, no se trata de Ray Loriga y Benjamín Prado -o Kiko Amat y Javier Calvo, si hablamos de tiempos más recientes-, sino de dos buenos chicos de provincias con ganas de decirnos con sus cuentos que la realidad puede ser algo más si la mirada que la sostiene está enferma de literatura).

Desde entonces, uno ha aprendido mucho como lector (y algo como escritor), y ahora es inevitable relativizar esa adoración casi adolescente, casi de carpeta forrada con fotos de ídolos musicales que pocos años después nos avergonzaría reconocer. Pero aún hoy me resulta fácil asomarme a los libros de estos autores con una voluntad de disfrute (si bien de Bonilla sigo esperando algo más, ese libro que quizá algún día nos regale y dé cuenta al fin de tantas promesas entrevistas en sus imperfectos, fallidos libros anteriores). Es decir: abrí estos arácnidos con el único objetivo de pasarlo bien y quizá, con ello, rejuvenecer un poco como lector. ¿Lo he conseguido?

Pues sí y no. Es indudable que ciertas deficiencias endémicas en Palma son más visibles ahora, con muchas más lecturas de todo tipo y pelaje a mis espaldas. Por ejemplo: la absoluta falta de evolución y riesgo. Todos los relatos de este libro responden al 100% al esquema narrativo que expuse más arriba, que es exactamente el mismo que caracteriza a todas las colecciones de relatos anteriores en el tiempo: El vigilante de la salamandra (1998), Métodos de supervivencia (1999) y Las interioridades (2002). Palma tiene una fórmula, que aplica implacablemente cuento tras cuento, sin permitirse el más leve atisbo de experimentación, la alegría de ensayar algún otro registro. Esto da a sus historias una marca propia y las hace altamente reconocibles, pero a la vez nos habla de un autor escasamente ambicioso y, quizá, algo oportunista, pues es dicha fórmula la que le ha dado innumerables premios (tanto a cuentos concretos como a prácticamente todas sus antologías) y con ello, cómo no, la oportunidad de vivir del cuento. Quién le culparía...

Como consecuencia, se aprecia un cierto desgaste en las historias contenidas en este libro, una falta de frescura y empuje o ganas de escibir el cuento perfecto que sí tenían sus relatos más antiguos (inevitable recordar aquel maravilloso "María Calaveras", o el vergonzantemente sentimental -pero que uno aún suscribiría palabra por palabra- "Trozos de vida al viento"). Palma industrializa su estilo para manufacturar cuento tras cuento en su cadena de montaje, y, aun en aquel ya lejano 2003, da claras muestras de agotamiento (desconozco cómo le ha ido en su más reciente libro de relatos, "El menor espectáculo del mundo", que aún no he leido). Así, esta entrega recoge historias menos inspiradas de lo habitual, en las que, quizá significativamente, el elemento fantástico (en esa escuela de fantástico cotidiano del que fue maestro Cortázar) empieza a escasear, a hacerse menos frecuente, sustituido en ocasiones por un surrealismo y un humor del absurdo que no siempre funcionan bien (eso sí, la mera comicidad de la prosa de Palma, cuando la invoca, es casi siempre exquisita).

Otro pero, al menos a estas alturas de la película, es la absoluta refracción de estas historias a la realidad. Y no estoy hablando de los elementos fantásticos, que de hecho, como dije, escasean, ni del tono levemente surrealista, sino de algo más sutil. Dicho en plata, en los libros de Palma no hay peligro de encontrarse con la verdad. Sus dramas son impostados, sus derrotas de juguete, sus victorias aún más falsas, apenas fantasías onanistas que tienen más que ver con la literatura que con la vida. Esto, que en su día me pareció un atractivo (cuando lo que buscaba al asomarme a un libro era ingresar a un mundo ampliado en sus posibilidades), ahora me resulta insatisfactorio. Alguna vez, en alguna frase de algún relato, Palma toca de refilón, en su exposición a granel de soledades, la esencia de alguna soledad real. Esto era más visible en sus relatos antiguos, como el mencionado "Trozos de vida al viento", llenos de un anhelo cuasi-adolescente, o en la frecuentemente vergonzante (e inefablemente divertida) novela "La hormiga que quiso ser astronauta", todo un canto al escritor que (perdonen la expresión) eyacula por la pluma. Aquí, en estos arácnidos, hay poco o nada de ello; apenas la fórmula de la coca-cola, impresa en cada relato, cada vez menos chispeante.

Pero, a pesar de todo... qué quieren que les diga. Sí, he disfrutado este libro, con todos los peros mencionados (y alguno más que me dejo en el tintero). Por momentos la muy visible arquitectura de estos relatos (tras tantos años leyéndolos son para mí casi transparentes) me ha recordado aquellos maravillosos tiempos de talleres literarios y dura pugna por poner en palabras cualquier nadería que se me ocurriera, cuando aún había tiempo para escribir todos los libros, y el afán de emulación me llevaba a leer fervorosamente a los autores con los que más me identificaba... Además, en sus momentos más afortunados, Palma sigue siendo irresistible, por muy poca ingenuidad lectora que le reste a uno a día de hoy. Y, qué carajo, le tengo cariño al personaje, para qué negarlo. Aunque mis miras vayan hoy por otros derroteros (por otras derrotas más australes, contadas con dulce acento rioplatense), sigue siendo uno de los autores a cuyos pechos, con perdón, quise aprender el oficio.

En fin, las historias de Palma seguirán acompañándome, suavizándome las arrugas del alma, inyectándome el bótox de la ingenuidad (lectora); hablándome de la generosidad de su autor al crear y brindarnos un mundo más ancho de miras, prestigiado por la palabra y sus fuegos pirotécnicos, donde hasta el más avezado solitario puede hallar, a la vuelta de cualquier esquina, un destino de cuento. No es poca cosa.

2 comentarios:

  1. Recuerdo cuando leí "El amante de vidrio". Me entusiasmó su mezcla de ci-fi y decadentismo decimonónico, con aquel Dorian Gray futurista haciendo holopoesía (o como se llamase) mientras se autodestruía junto a su particular Hermadad Prerrafaelita Post-apocalíptica. Respondía perfectamente al espíritu de los tiempos y a las tendencias un tanto post-post-gótico-cyber-punk-etc-etc-etc que uno tenía por aquel entonces.

    Por lo que cuentas, Palma se ha hecho mayor, se ha convertido en escritor de best-sellers y hasta vive felizmente de su escritura. En fin, una pena. Está claro que para hacer algo que conmueva debe haber conflicto, ya sea externo o interno. Sólo hay que escuchar los últimos discos de gente tan interesante (en el pasado) como Radiohead o Rufus Wainwright: Ahora son tan ricos y están tan "encantados de conocerse" que aburren.

    Reconozco que lo que has contado del último mundo literario de Palma no me atrae nada. Pero me encanta como lo cuentas.

    No sé por dónde van a ir mis próximos derroteros como lector. O sí lo sé, pero casi prefiero ocultarlo ;-D

    Eso sí, tengo ganas de escribir, ya sin miedos, porque me he dado cuenta que escribiendo TU mundo, cambias EL mundo.

    Eso era en lo que creíamos hace muchos años, y es lo que hay que recuperar si no queremos morir por dentro.

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    1. El Palma de "Los arácnidos" es el Palma de siempre, el de los relatos agridulzones (a veces, agrialmibarados) con algunas gotas de fantasía, sólo que, en efecto, más cansado y desgastado y descreído y quizá hastiado de hacer siempre lo mismo (lo que le piden sus lectores, al fin y al cabo). "El amante de vidrio" es una rareza, una opera prima excepcional, pero que no ha tenido ninguna continuidad. Quizá entonces Palma aún quería ser escritor de ciencia-ficción, a su manera altamente esteticista. Pero quizá, también, en aquel entonces Palma quería ser Escritor, con E mayúscula, y luego se ha conformado con aprovecharse de su facilidad para el relato resultón y repetir una y otra vez la fórmula de su éxito.

      Y ahora... ahora escribe novelones steampunk con H.G.Wells como protagonista correteando de un lado para otro rechazando invasiones marcianas y viajando en el tiempo. A falta de leerlas, no parece mal presupuesto a priori, pero su éxito comercial, cómo no, me las hace algo sospechosas. También lo infladas que están de páginas. Escribir más de 200 páginas de cualquier cosa siempre me ha parecido innecesario (guiño a los lectores de Canción de Hielo y Fuego).

      Yo ahora leeré a Murakami, en concreto "After dark", a ver si es o no un farsante como se comenta por estos pagos lectores...

      El apotegma de cambiar EL mundo cambiando TU mundo, por supuesto, lo suscribo. Lo he suscrito siempre, íntimamente, aunque ahora me cueste invocarlo entre tantas capas de cinismo. Descubrir la posmodernidad (el imperio de lo subjetivo, la narratividad de todo, incluyendo la propia vida) me dio alas en ese empeño. Y aunque ahora velo armas desde mi torre de marfil, no he abandonado la lucha.

      Abrazos.

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