viernes, 27 de abril de 2012

Signatura 400 (Sophie Divry)

Simpática nadería ("divertimento", en palabras de su autora) que se lee con indudable agrado, por parte de una de esas jovencísimas autoras francesas a las que estos días frecuento (literariamente, se entiende). Consiste en un extenso monólogo que una bibliotecaria de mediana edad le endosa por las buenas a un presunto lector que se ha quedado encerrado la noche antes en la biblioteca (lo de presunto va porque no hay manera de comprobar si este lector existe realmente -el libro no le da voz ni gestos salvo los implícitos en las respuestas de la bibliotecaria a sus contados conatos de protesta ante lo que se le viene encima- o, más probablemente, es apenas una proyección imaginaria que inventa la funcionaria como excusa para descargarse verbalmente). Precisamente la soledad es uno de los ejes que vertebran ese discurso apasionado, seguramente fruto de tanta abstinencia (de nuevo verbal, pero fácilmente ampliable a todos los ámbitos de la comunicación, también al sexual); discurso que divaga entre mil temas, comenzando por un repaso desordenado a la historia de las bibliotecas y las clasificaciones de libros (discurso caro a quienes estudiamos Biblioteconomía, que leeremos con una sonrisa en los labios)... Pero que poco a poco comienza a deslizarse hacia materias y visiones mucho más personales, hasta adoptar, ya cerca del final, argumentos claramente surrealistas y algo alucinados que, no tan paradójicamente, son lo más interesante del libro. Por el camino queda el retrato de un personaje curioso, multifacético, una de esas bibliotecarias medio enajenadas a las que no te gustaría encontrarte al final de un pasillo oscuro entre estanterías llenas de libros, a esa hora en que la biblioteca se vacía y no queda nadie para oir tus gritos... Exagero (pero no tanto); también es un retrato de una fragilidad largamente sostenida, amparada y envuelta en mil coartadas intelectuales (casi tantas como libros hay alrededor de esta mujer sola), y relacionada, cómo no, con una necesidad de amor tan postergada. La nada cotidiana, como esa signatura 400 que la Clasificación Decimal Universal de Dewey deja sin utilizar, vacía de contenido, yerma; como tantas vidas, propias y ajenas.
La Divry, en cuestión. Para nada la imagen arquetípica de una bibliotecaria... Prohibido enamorarse.


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