sábado, 28 de abril de 2012

El horizonte (Patrick Modiano)

Los libros de Patrick Modiano (quizá sería mejor decir el libro único que Modiano va tejiendo, novela a novela) se parecen mucho a la felicidad. Como ésta, están compuestos de intuiciones vagas, sutiles, inasibles; transcurren en un limbo nebuloso, un poco en precario, en el que, parece, todo podría echarse a volar al menor descuido. La sensación de pérdida anticipada, de paraíso a punto de extinguirse -y, sin embargo, recuperable en el espacio estricto de la lectura, que es, para Modiano, el espacio de la memoria- impregna estas páginas de manera rotunda, y a la vez tan etérea, tan difícil de definir. Modiano es un mago de lo invisible, lo implícito, lo no dicho porque no hace falta usar palabras cuando se cuenta una historia de amor irrepetible, es decir, como todas (léase esta frase cambiando de orden los adjetivos, se verá que no cambia el sentido). Así, evita los lugares comunes, que deja a la inteligencia del lector, y se centra en su obsesiva -y a la vez laxa, casi indolente- recreación de los vericuetos de la memoria, la imposible -y sin embargo irrenunciable- recuperación de lo vivido, el convencimiento de que nunca llegamos a entender nada ni a conocer a nadie, felizmente encarnado en esas mujeres enigmáticas que un día lejano uno conoció (o creyó conocer), amó y perdió enseguida, y que pueblan y encantan los libros del autor francés. Al final, queda la sensación de fragilidad, la imposibilidad de encontrar asideros firmes en la vida, sensación -una vez más- inmejorablemente encarnada en los continuos vagabundeos por el infinito dédalo de calles de ese París inagotable e incognoscible que es, en los libros de Modiano, un personaje más. Pues, como esa ciudad infinita, vieja y a la vez nueva, la vida no es sino añadir calles a un esquema antiguo y ya olvidado, buscando un orden imposible al que, cómo no, no podemos sino aspirar. Lean a Modiano, y me entenderán. Pero cuidado: es un autor adictivo.

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